Fernando González Urbanega | Durante las dos últimas décadas, y por muy buenas razones, las principales empresas del mundo, incluidas las españolas, han mostrado interés en mejorar su modelo de gobernanza, que ahora se denomina “gobernanza”. Existe una abundancia de literatura académica y recomendaciones de reguladores y regulaciones legales en todas las áreas y compromisos expresos de directores y directores bendecidos por juntas directivas y reuniones públicas. Es evidente que se han realizado esfuerzos y avances en materia de transparencia, pero aún existen zonas grises y dudas sobre la eficacia de lo que se ha logrado hasta ahora.
Las grandes empresas españolas, la mayoría de las cuales cotizan en el IBEX35 (que es un indicador más que un grupo de presión) presumen de sus avances en el buen gobierno, repitiendo discursos, anuncios y documentos en apoyo de esta tesis. El resultado es discutible y moderado. Hay avances pero no suficientes. De hecho, la reputación y la credibilidad ante el público no han mejorado. No se puede negar el aumento de las demandas legales y sociales y los esfuerzos para satisfacer estas demandas son reales.
Una prueba de algodón para verificar este progreso es una respuesta a la adversidad, el error o la mala conducta. El llamado “caso Villarigo”, con más de una decena de investigaciones judiciales que afectan a partidos políticos (principalmente Partido Popular) y grandes corporaciones, sirve de termómetro para medir los avances en el gobierno corporativo. La temperatura es alta, la infección es grave y la respuesta a la enfermedad es sutil. No explican, no se responsabilizan y no afrontan el problema con el pragmatismo y las normas morales mínimas exigidas.
Hay media docena de grandes corporaciones contagiadas por Villarejo y comisionados conspiradores que abordan el problema con una estrategia de evasión y evasión. En primer lugar, niegan haber cometido algún delito, no saben o no responden; Luego contratan a los despachos de abogados más eficientes del mercado para contrarrestar las investigaciones judiciales, que avanzan lentamente pero con resultados amenazantes.
Algunos han confiado en la estrategia del juego del prisionero en su versión que permite que ambas partes ganen el juego, el comisionado y sus agentes. Pero de lo que se logró, el resultado fue todo lo contrario. Ambas partes pierden y sus confesiones parciales destinadas a un acuerdo entre los defraudadores no prosperan. Se dejaron muchas pruebas irrefutables (diarios, escuchas telefónicas …) para ampliar el problema.
En estos casos, no se cura con el tiempo; Por el contrario, complica las cosas y muestra grandes amenazas a las figuras delictivas para quienes quieren presumir de buen gobierno.
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